A LA NACION


Bolivianas y bolivianos:

Para construir y consolidar la democracia, Bolivia reclama nuevamente el favor de sus hijos, sin distinción de razas, credos, grados de instrucción, ni pertenencia cultural; porque en democracia y sólo en democracia, somos todos iguales. Concernidos con el destino de la nación, queremos proclamar que Bolivia es más grande que sus tribulaciones, las que se presentan a veces como insalvables, pero que mañana serán briznas en el viento, frente a la voluntad irrenunciable de convivencia ciudadana, que no es otra cosa que la disposición de encontrar un destino que nos sea común y que nos otorgue un principio, una vocación y un rol entre las naciones.

Cuatro son los hitos históricos que definen nuestra identidad: a) La Guerra del Chaco que nos unió a indios, mestizos y blancos, a cambas, collas y chapacos, luchando juntos por un futuro común; allí nació Bolivia como proyecto transversal a todos y cada uno de quienes habitamos esta patria, que en ese entonces era casi una tierra de nadie. b) La Revolución Nacional del año 1952 que sentó las bases del Estado moderno; todo lo que sucedió y sucede después está vinculado a este hecho que selló la identidad nacional. c) La construcción de la democracia a partir del año 1982, que mostró la voluntad de las y los bolivianos de convivir pacíficamente bajo el imperio de las leyes y estableció la separación y el equilibrio de poderes, creando instituciones abiertas a la participación de la ciudadanía. d) Finalmente la inclusión indígena, de los marginados y excluidos, a partir del año 2006, con lo que se cierra el ciclo de una aspiración que ha requerido el esfuerzo colectivo de varias generaciones.

A partir del ímpetu de los excluidos, durante décadas se han logrado reiteradas victorias y justas demandas fueron aceptadas, en nombre de la razón, del bien general y de la convivencia pacífica; gracias a ello la pobreza, la discriminación, la desigualdad y la injusticia, encontraron una esperanza de solución, pero han sido también caldo de cultivo para la aparición de fanatismos e intolerancias de toda índole que no podemos dejar pasar, porque convocan a la división y enfrentamientos permanentes, que ponen en peligro las relaciones básicas de solidaridad y confianza, imprescindibles para la unidad de la nación y su desarrollo.

Carentes de un proyecto colectivo, acostumbrados durante siglo y medio a los golpes de Estado, a la incongruencia de las multitudes exaltadas, a la falta de partidos políticos, a la concurrencia no democrática de minorías eficaces llamadas hoy movimientos sociales, a los cuartelazos y a la reiterada presencia de caudillos y dictadores, la Democracia es el gran logro de finales del siglo XX y principios del XXI. Solamente las instituciones del diálogo y la convivencia, nos permitirán construir el futuro, libres de ilusorios “redentores” que siguen trayendo dolor, sangre y pobreza a nuestra historia. La comunidad nacional debe construirse a través del más moderno de nuestros logros: la vida en democracia y sin exclusiones; frente a ello, todo lo demás es pasajero.

Si comparamos el país actual con el que les tocó vivir a nuestros abuelos, veremos cuánto se ha avanzado; no podemos desvalorizar los cambios ocurridos durante medio siglo en un Estado nacido en medio de la exclusión, el racismo, el machismo, el autoritarismo y otros resabios del pasado. Seis décadas nos ha costado apuntalar instituciones democráticas, estabilizar la economía, abrir las puertas a las autonomías de los municipios y los departamentos que necesitan autogobernarse, garantizar las libertades básicas y alcanzar un nivel mínimo de tolerancia entre las ciudades y el campo, las regiones, las diversas razas y culturas que habitamos este suelo. Pero desde el otro extremo, que hoy gobierna y pretende perpetuarse, se han puesto en peligro todos esos logros; hay que desplazar a una rosca casi delincuencial que pretende destruir lo avanzado para perpetuarse indefinidamente en el poder y consolidarse como una nueva casta gobernante, buscando satisfacer sus privilegios, excluyendo al resto de las y los bolivianos.

Existen caminos por los que pueden transcurrir nuestros pueblos y su soberanía democrática, poniéndonos de acuerdo porque con ellos ganamos todos, para dotar a) al mercado –donde se genera la riqueza a través de los emprendimientos particulares–, de aquello que precisamente carece: solidaridad, equidad, redistribución, equilibrio y justicia social; b) al sistema político lo que aún le falta: eficiencia, representatividad, participación activa y transparencia; c) a la sociedad, la capacidad de convivir digna y solidariamente, fruto de una reforma pendiente en el seno de nuestras culturas y costumbres; d) al Estado, un rol comprometido con el desarrollo integral y equitativo, salvando las desigualdades en beneficio del pueblo y las mayorías, al mismo tiempo que e) el conjunto de nuestra sociedad se incorpora a los procesos mundiales del desarrollo, el conocimiento global y la modernidad.

Otros temas —que son parte de nuestras debilidades colectivas y que no han sido superadas hasta ahora— también son ineludibles si queremos sobrevivir como nación y como sociedad: la corrupción, la mediocridad y la ignorancia, son asuntos que deben ser abordados con franqueza y valentía, dejando de lado hipocresías que nos impiden mirarnos a nosotros mismos y cambiar en consecuencia. Para salir adelante, para igualar a los pueblos que nos aventajan, asimilemos sus ejemplos: educación, educación, educación y más educación.

Convocamos a todos los bolivianos y bolivianas, a los cientos de asociaciones y grupos ciudadanos organizados en el país, a todas las instituciones de la democracia sin distinción y a los partidos políticos, a abrazar estas causas, a recrear un compromiso verdadero, sellado a fuego en nuestras mentes, nuestros corazones y nuestras obras, y a participar ahora para solucionar pacífica e inteligentemente estos asuntos, y renacer, respetuosos e iguales los unos con los otros, hasta conquistar el futuro que merecemos todos.

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